Pasión Creadora

El Vergel Ebrio

                         Héctor Ocampo Marín

                       S u m a r i o

         SOY EL ARBOL SENSUAL DE LA PRADERA

                      -1-             

La melodiosa esfera pitagórica

Desaloja los años y las sombras…

Se abre el sinfín, desaparece el orto,

Espacio y tiempo en su tropel se anudan.

Claro miraje, fulgen los mil soles,

Luz y calor mantienen la alegría.

Los dioses jóvenes del cementerio

Sonríen a sus mozas en la siesta.

           – 2 –

Soy el árbol sensual de la pradera,

Gozo la dicha muda de los siglos

Y el largo desfilar hacia lo incógnito.

La plenitud de mi hesperidio tiene

Tonos no vistos, limpidez no usada.

Dulce es vivir los trances hacia el sueño,

Loca ebriedad de lo que al fin sería

La eternidad sin tiempo ni distancia.

          – 3 –

Mis azahares y mis frutecencias

Los mismos quieren que no cuente nombres,

He prodigado umbrías. Venturosos

Asombros tiernos. Gratas redondeces

Verde-oscuras y oro. En mi piel dura

La historia viva del amor describo.

Y al grato abrigo de mis foliaturas

La humanidad discurre y se interroga.

             – 4 –

Aquí a mi lado, vigoroso y fuerte,

Bajo la tibia y perezosa grama

Se oye el piafar de los que siempre fueron.

Tascan la gracia de los años mozos,

Revierten su galope y sus euritmias,

Tiembla la pampa y su verdores ávidos,

El hontanar detiene sus borrascas,

Reviven con sus dones los desiertos.

           – 5 –

!Buenos días mis amadas de siempre!

Acodado en vuestros muslos de nácar

Veo alejar las naves de la noche,

Oigo llegar las olas de la vida.

La muerte cierta se aproxima al sueño,

Los rostros amistosos son la gloria.

La juventud vacia sus copas últimas,

Aspiro el aire y me escucho a mi mismo.

             – 6 –

Quizás en las arenas incestuosas

Reciba besos y devuelva espasmos.

Estoy consciente de extender mis brazos

sobre el empíreo que oxigena a Dios.

Soy dulce y bueno, sensual y opulento,

Las muchachas ansiosas me acompañan,

Mi arquitectura escalan los donceles

Y en mis balcones sus ritos ocultan.

            – 7 –

Pequeña fuerza por un nuevo arcano

Feliz transmuta la estación florida,

Sus ojos ven al fantasmal vecino,

Evanescente roquedal sonámbulo.

Ilímite alegría por doquier:

Vuelvo en instantes a integrar el barro.

Desde este edén surge y calienta el día,

En mi sepulcro-cuna, crece el alba.

            – 8 –

Amo la muerte como amé la vida.

Mil son mis ojos diurnos y nictálopes:

Teleobjetivos sobre el firmamento,

Brilla el cenit, abajo los abismos

Y escucho el fiel rumor de la simiente:

luchar, vivir, crecer y perdurar,

Que la hojarasca en el verano sueña

Y su música incita mi epidermis.

          – 9 –

Mi pudrición es lo festivo, ahora.

Gozosa sucesión de amaneceres.

!Bello cadáver! Mi temperatura

Sube, fermenta la sensual materia.

Tiembla y rezuma el vino de mi savia,

La piel se invade en prurito febril.

Cubre el follaje, oculta la semilla

Techo impaciente la pradera púber.

            – 10 –

Hojas, corolas que se desintegran,

Proceso sabio y armonioso, toman

Fuegos y arenas su fracción sedienta.

Por los cálidos túneles y escarpas

Vaga y divaga la conciencia verde.

Tantos aúnan su poder activo:

Precipitar el polen luminoso

En la fecunda morbidez del bosque.

     E M B R I A G U E C E S

               “Este poema es un país que sueña…”

                        Aurelio Arturo. CLIMA

                – 1 –

Vuela un rumor festivo de vendimia

En el reencuentro del céfiro y las ramas,

Las crisálidas apresuran sus policromos

Y su fragancia las últimas flores.

Sobre la hojarasca estival

Gira el ballet de la creación verde,

Aquí el movimiento isócrono de los árboles,

Los efluvios del verano victorioso,

La coral agreste del sonido y el color,

Todos danzan la danza de la vida.

             – 2 –

En los sembrados olorosos a miel

Cunde el secreto de ser y vivir:

La inicial estación de la cosecha.

El paisaje despliega sus abanicos.

En las umbrías del árbol nuevo

El alborozo y el correo de los sueños:

Todavía verde-oscuras y tímidas

Las primeras naranjas

Semiocultas en el follaje

Recrean la ternura de los árboles.

           – 3 –

Puros recato y discreción distraen

Al árbol ya capaz de rendir frutos.

La morigerada energía vital,

El sereno orgullo de las fuerzas procreantes.

Hay un silencio de prolongado alumbramiento,

Las ramazones lucen abrumadas,

Las hojas se inclinan como espadones

Para ocultar el prodigio del fruto.

Los hesperidios llenos y torales

Se aprestan a la dulce maduración.

            – 4 –

Pueblan el huerto la explosión de plenitudes

Y mil formas jocundas y bondadosas.

Reina un claro aire de satisfacción

Y se hacen tangibles las moradas de la dicha:

Es la apoteosis de la mayoría de edad.

En medio del ancho júbilo visceral

Persiste un no se qué de tranquila mesura,

El dios de la inteligencia todo lo preside

Y pone ocultos frenos al deseo genésico,

A la pasión de la feraz campiña.

            – 5 –

La euforia de la naturaleza lujuriosa

Exprime a trechos su poesía fecunda,

Los vinos más elementales y puros

Y la música que reordena las esferas.

Dentro de la silenciosa fiesta del deleite

Prima el fulgor y el placer en el acceso,

La amistad con el sol rinde sus pulpas;

Y en la tarde rodeados de árboles plenos,

De jardines en ciclo de florescencia,

Somos los dichosos y los sabios de la llanura.

              – 6 –

Bebemos el aire fresco de las frondas

Y amamos la acción secreta de la clorofila,

De los jugos vitales que apremian los frutos.

La gracia y flexibilidad del naranjero,

Su ramazón atlética de seis años

Con sus hojas brillantes y tersas,

Verde tierno en las yemas altas,

Y oscuro-enérgico en las copas espesas.

Euritmia del tronco y de los brazos,

Complexión de sus órganos activos.

           – 7 –

El poder vegetal sobre el hombre,

El gusto de dar sin exigir

Cosecha sumisión y afecto.

El sosegado poderío de la floresta,

Nos está enseñando los predios del amor,

Donde la felicidad es un todo

Y el deleite una parte de la existencia.

Aquella una sinfonía del goce

Y los placeres: el introito vigoroso

Que nos hace sutiles y persuasivos.

             – 8 –

El triunfo del buen aire y de la vida

Se evidencia en estos sucesos

Tan elementales pero tan hondos.

Es el festival de la jocundidad,

Las horas de la embriaguez botánica,

Cuando fluye la sabiduría de la pradera.

El dios del ordenamiento ecológico

Pone secreto freno a la abundancia;

Y el deseo y las tormentas de la sangre

Juegan al juego de la armonía universal.

            – 9 –

En la mañana de la florescencia,

En las horas de la polinización

Y en los días de vendimia,

La savia circula más de prisa;

Y es mayor el brillo de las hojas,

Más fresca y húmeda la corteza,

Porque todo placer productivo

Acelera el ritmo visceral,

Apremia los manantiales profundos

Y nos da la ciencia y la muerte.

              – 10 –

Doloroso, desolador para el vergel

El fin irremediable de las flores.

Pero, el preludio de la dulcedumbre

Y de la simiente limpia y prodigiosa,

Suscita la alegría y el optimismo

Para el lento transcurrir de la vida.

Y nos torna dichosos en el tiempo,

Cuando la plena capacidad genésica

Nos reitera la juventud, los poderes

Del cuerpo que sabe prodigarse en su milagro.

   ARBOL INDISCRETO DE DIOS

1-

Pequeña fuerza

por un nuevo arcano,

transmuta en sexo la estación florida.

Mis ojos ven

el fantasmal vecino;

evanescente

bosquedal sonámbulo.

Ilímite alegría:

vuelvo en instantes

a integrar el barro,

pie de monte con luna.

En el vergel

surge y calienta el día,

en mi sepulcro-cuna

crece el alba.

Emergen los jardines balsámicos.

Los días de la infancia

en la paz de la música

en la fiesta innominada.

Es la melancolía

sin una explicación

en la turgencia de las nubes,

en la fruición de la lluvia que cae,

en la rudeza sensual del cuerpo

embebido en sus savias vitales.

Soy el arbol indiscreto de Dios.

2.-

En mi piel dura

la historia viva

del amor describo.

Al tibio abrigo de mis frondas,

la humanidad,

discurre y se interroga.

He prodigado umbrías,

asombros tiernos

y esferas gratas

verde-oscuras y oro.

Mis azahares

y mis frutecencias,

discretos quieren

que no cuente nombres.

En la quietud telúrica

esta tarde estoy ebrio de Dios.

Es la pertinaz impiedad

en que me inmolo.

Entre los pámpanos de asombro,

soy la pesadumbre elegiaca de los valles.

Bajo el arco-iris

apremio el carrillón

en el bosque iluminado.

Frente a los cerros ensombrecidos

!Soy el árbol de la llanura lujuriosa!

3.-

!Buenos días!

!Buenos días mis amadas de siempre!

Acodado

en tibios muslos de nácar,

veo alejar

las naves de la noche;

oigo llegar

las olas de la vida.

La muerte

amiga

se aproxima al sueño.

Los rostros amistosos son la dicha,

la juventud

vacia sus copas últimas,

aspiro el aire

y me escucho a mi mismo.

Nadie sabe el frenesí

que rueda sobre la montaña,

ni la canción

que antigua voz ante el horizonte

canta

junto a la cuna,

junto a la noche.

Para enseñar su luna artificiosa,

viajero por caminos imprevistos.

El arte placentero

de acendrar mieles afrodisiacas.

La espiga fue la espiga

en la alborada azul.

La florescencia sin fatiga,

mañana

será la noche sicalíptica.

!Soy el arbol que apacienta ababoles!

4.-              

Me invade en este hora

la exultación por todo lo alcanzado.

Inútil atesorar las penas

por lo que fluye hacia el pasado inerte,

hacia el abismo nocturnal.

Las manos sobre el pecho

cifran amables símbolos de vida.

El jubiloso panteismo

crece en las morbideces del paisaje

y en la ternura de la sombra.

Soy el árbol de las orgías y los silencios largos.               

Soy el árbol de la Avenida

que enseña escoriaciones hondas,

contra mi tronco octogenario

se han estrellado viejas cóleras.

Siempre el furor de la locura

y las tormentas y ebriedades,

sobre mi costra y mis muñones

arrojan sus iras letales.

Y en la media noche invernal

o amaneceres de alba ciega,

al blanco inerme de mi cuerpo

apuntan las esquizofrenias.

Los insaciables devaneos

la juventud de cada siglo,

su prisa arrastra de la sangre

a mi madero y su martirio.

Carruajes de la madrugada,

audaces bólidos en fuga,

descoyuntados y frenéticos

me ofrendan agónicas furias.

La cicatriz de mi corteza

espera la diaria fatiga…

El holocausto de la muerte

macera mis carnes antiguas.

     SINFONIA DEL AGUA     

Bello el amor que aflora

cerca de las fontanas,

en las piscinas lúdicas,

en las abiertas playas.

Humedad que apacienta

la pradera dormida,

que fecunda en los campos

las ocultas semillas;

lluvias imprevisibles

de los largos veranos,

riego de los caminos,

de los prados sedientos;

manantial y espejismos

que dos fantasmas rondan:

la juventud y el tiempo.       

Espejos diluídos,

noria de soledades,

círculo que aprisiona

temblorosos paisajes,

alma del elemento telúrico y lontano,

ondas donde se agolpan rostros enamorados.

Plenos idilios húmedos,

las brisas, el deshielo,

el limo de los lagos,

el rocío mañanero;

el más allá,

trasunto de piélagos de nieve,

y el mar,

el mar que apremia los jocundos tropeles;

las lluvias,

el regreso sin ayer ni recuerdos

sobre las frondas lívidas y los exhaustos huertos.

     ORGIAS DEL AGUA

Limpidez de los juncos,

tersura de los lirios,

ramajes que se asoman

al arcano

de los cristales líquidos.

Espíritu del agua,

espíritu del agua liberado y festivo,

amistad de lo eterno,

licor de vida,

vino fresco que reverdece.

Dulce rima castalia,

seducción del viajante

peregrino del alba;

festival del oasis

y de los goces íntimos.

Naves mudas del sueño

fondeadas en las dársenas

de los puertos desnudos;

las orgías fluviales

en la siesta del mundo.

Biología de los musgos

y de las fuentes últimas

en su lecho de riscos,

de  centauros y espumas.

Del Artico los témpanos,

iceberg del Antártico,

cenit que se desploma,

fluír de los nevados,

complejo de los ríos,

hondura de los mares:

fuerzas integradoras,

movimientos unánimes

en la red pavorosa,

clamante canto matinal

de las ballenas cósmicas.

     RUMORES DEL AGUA

Aguas turbias y tristes,

voz agorera y ecos

que noche y día pasan sin cesar

repitiendo

la cantilena antigua.

Avatares y mitos

del farallón signado por la luna,

por la luna y los sismos.

Y en el roquedo sacro

vuelven su treno grave

y turban el silencio del alma de los árboles.

Y en su afán

enternecen el hontanar de plata,

febril y demencial,

el scherzo del agua,

borbotones

que doman el nivel de los túneles,

racha fría de los páramos,

geiser de sombra y luces.

Tremolar de los vientos,

voz del chubasco andino,

abrasadora fiebre de las rocas,

abismos

del interlunio,

máscaras de rituales y espantos,

relámpagos y truenos de los inviernos largos.

Sepulcro de los siglos,

sima y glaciales hornos,

en la ciudad lacustre de los seres insólitos,

remolino de peces,

diluvios y arrecifes,

violentos meteoros,

arenas apacibles,

sus poderes deshacen

y la existencia vierten

en la oquedad sombría,

en las borrascas crueles.

        ANGUSTIAS DEL AGUA    

El arrollo anhelante golpea la montaña.

En el fiel de las rocas

la rigidez metálica.

El convulso elemento más de un óbice triza,

rudos bandazos,

olas que adelgazan las linfas.

Por su cauce de abismos

cerrazón del invierno;

y en horas desoladas

un rumor esotérico;

en curvados espacios

el discurrir insomne

que en la noche prolonga

los desvelos del hombre.

    NOCTURNO DE LOS GIRASOLES

            -I-

Afligidas geometrías.

Fantasmas, lebreles, ladrones

doblan la pradera infinita,

sigilosos trasnochadores.

Girasol que se queda quieto.

No está el amigo solitario

que deambula entre los espectros

de los anturios y geranios.

Lejos de la luz, el exilio,

se atedian los pueblos agrestes,

tienen nostalgia del estío

en las estepas y relentes.

Los girasoles están solos.

Desvelados frente al abismo,

con las estrellas que titilan

enternecen su alma de trigo.

Y el arpa eolia de la noche

desgrana las horas crueles…

Níveas alondras cautivas

el ciclo apremian de su muerte.

         -II-

Los girasoles están surtos

en el jardín. Es media noche.

En el planeta tierra llueve.

Invernación sobre los montes.

Y miran humildes la tierra

huérfana de luces y soles;

concentran toda su memoria

en el tic-tac de los relojes

Cruzan las sombras de los íncubos,

van por caminos sagitales,

evocan los rostros de fuego

por ciegas simas y avatares.

Entre el juncal y las estrellas

vuelan noctámbulos aurigas;

célibe escarcha desvelada

la pubescente piel, incita.

El viento gélido estremece

cauda de báculos astrales…

Erguidos en las celosías

resisten turbias tempestades.

        -III-

Los girasoles palidecen

frente al terror del universo.

Doblan sus cuellos amarillos,

riman el himno de sus rezos.

Nocturno denso de perfumes,

ventiscas que ahondan el tedio;

tácitas praderas inmersas

en la orfandad de los esteros.

Rocío de las alambradas

y sombras que apresan los nidos;

turbión de aire por las tapias

que azota plátanos y lirios.

Lecho infecundo y solitario,

arcilla del alto nocturno;

parálisis de todo sueño,

ártico silencio del mundo.

Desolantes, torvas fatigas,

que apremian la noria inasible,

fúnebres formas que custodian

las foscas ansias juveniles.

EL ALMA DE LA PIEDRA

                “En el fondo de las piedras

                 se escucha el vuelo de los

                 pájaros.” S. Mutis

Espiritual silencio arcano

del alma triste de la piedra,

un pueblo mudo se interroga

en la oquedad de sus canteras.

Torva juventud de la noche,

cerrados odres de agua yerta;

aras donde oficia la muerte

rituales de sangre y arena.

Los sordos menhires erectos

y el titilar de las estrellas,

describen lúbricas parábolas

por sus recámaras y  grietas.

Petrificadas armonías,

ojos de cobre y de cisterna,

toda la historia nunca dicha

en sus estratos se revela.

Ruedan por caminos sellados

amargas pasiones secretas;

por sus laberintos oscuros

divagan ángeles en pena.

El alma de la piedra guarda

en el metal de sus moléculas:

la soledad de las centurias,

todo el martirio del planeta.

     REQUIEM POR UNA SERPIENTE

Pasaba las horas en el apacible achiote

contemplando a los paseantes del camino;

y se movía a un mismo nivel de la fronda

a medida que la gente iba y venía

Jugueteando con su lengueta, sin parpadear,

cambiaba de dirección su cabeza de sardina;

en realidad era  muy tierna y joven

la sierpecilla sabanera del vergel.

Sus variantes posiciones frente al sol

daban a su piel tonalidades mágicas:

en el lomo verde oscuro a verde biche,

debajo amarillo polluelo hasta oro maduro.

Cuando abandonaba su vulnerable atalaya

había que verla huir rápida y ágil,

corría “culebreando” como pez en el agua

veloz relámpago de luces y verdores.

Cuando la gente iba en su dirección

se hundía entre los matorrales de sepia,

prudente, cuando los caminantes pisaban

o cruzaban cerca hablando y manoteando.

Un día la encontramos muerta y rígida

con la cabeza quebrantada a golpes,

su cuerpo débil, violentado por la esquizofrenia:

un hombre con sensibilidad feminoide

le dio tratamiento de enemigo mortal.