Algunas anotaciones, observaciones y apuntes que pueden ser útiles por parte de quien, un polígrafo, de manera magistral puede hacer útiles estos valores..
Valores que no es justo olvidar. Creemos que los pueblos suelen olvidar sus valores, particularmente sus valores espirituales. La sola historia de la cultura de Caldas, de la cultura de Manizalez, la “Escuela de Manizales”, cuántos valores ha olvidado. Esa cultura de Manizales por ejemplo, cuando las universidades eran los colegios de Nuestra Señora y el Instituto Universitario, esa cultura encabezada por el Obispo Baltasar Alvarez Restrepo y por el viejo educador Francisco Marulanda Correa y su libro “Dinamismo de la Libertad en la Formación del Carácter” Segunda Edición 1939 Editorial Zapata. Este libro es una verdadera joya de nuestras letras.
Esa cultura de Manizales, cuando Jaime Robledo Uribe dictaba clases de Ciencias Biológicas en el Instituto, y en cierta forma el Instituto se paralizaba porque tanto alumnos como profesores se iban a las vecindades del profesor Robledo Uribe para tratar de escuchar su sabiduría y elocuencia..
Así era Manizales. Pachito Marulanda Correa expulsó del Instituto a Gilberto Alzate Avendaño. El Gobierno del Presidente Lleras Camargo dispuso la Cruz de Boyacá para Pachito Marulanda Correa y designó a Gilberto Alzate Avendaño para pronunciar el discurso de orden. Ese discurso “Semblanza y Apología del Maestro” es sin duda la mejor obra literaria de Alzate Avendaño y una de las página perdurables de la literatura caldense.
Y la cultura de los pueblos. El alma y la grandeza inextinguible de los caldenses es, por ejemplo, la cultura de Salamina con más cien autores en su historial. Aguadas con su cultura musical y sus numerosos letrados. Riosucio con sus genuinas tradiciones autóctonas y su alma enferma de universalidad. Santa Rosa de Cabal con sus tradiciones familiares y su hondo sentido de la ética y la religiosidad. Calarcá con su Siglo de Oro Literario, el siglo XX.(Luis Vidales, Baudilio Montoya, Antonio Cardona Jaramillo con su “Cordillera”, Jaime Buitrago con sus tres grandes novelas histórico-costumbristas, Humberto Jaramillo Angel con su inmenso caudal de prosa azoriniana, en fin, Bernardo Palacio Mejía, el poeta de mil poemas y su “Plegaria” que ha recorrido todos los caminos de América, hecha melodía sentimental. Pereira con la gloria de los bambucos de Luis Carlos González que cantan en bellos versos poéticos los sentimientos más puros y auténticos del pueblo, del pueblo caldense y colombiano. Armenia con su inmensa prosa periodística hecha elevado estilo en la prosa de Adel López Gómez. Apía, olvidado pueblo intelectual con autores como Guillermo Agudelo Valencia y su bello y voluminoso libro “Estampas y Elegías del Paisaje” publicado en México en 1960. Alfredo López Velásquez, autor de “Brújula de las Tormentas” publicado en Caracas en 1982, ejemplo de perfección y buen gusto poético. En fin, Gerardo Valencia López y Francisco Javier López Naranjo, autores de ensayos y poemas en sus varios libros, etc..
El fenómeno literario de Arturo Suárez Manizalez 1887-1956. Autor de prestigio y gran difusión de sus novelas a mediados del siglo XX, vale la pena reflexión y estudio. Con sus novelas tuvo increíble influencia en las costumbres y pensares sentimentales del pueblo. Quien no recuerda a “Rosalba”, “La Montañera”, “El Alma del Pasado”, “Adorada Enemiga”, “El Divino Pecado”. Adel López en una crónica decía que era más fácil que faltara la carne en el mercado que la última novela de Arturo Suárez.
Hubo un tiempo que en Pereira. Las figuras estelares en la Educación eran de Riosucio, Andrés Trejos, era la figura visible del Colegio Deogracias Cardona. La madre vicentina Sor Josefina Velasco, dirigía el Colegio de Señoritas, don Anibal Agudelo el Colegio de Varones, Joaquín Ante Mosquera y Milciades Méndez dirigían las escuelas públicas más grandes y organizadas. Todo esto lo destaqué en mi discurso en Riosucio: “Riosucio ha educado a Caldas”. Entre tanto en esta misma ciudad de Pereira, los políticos salamineños dirigían los partidos políticos, Camilo Mejía Duque el Liberalismo y José Domingo Escobar el Conservatismo. Todo esto hace parte del espíritu caldense y explica sin duda el genio de un pueblo.
Política y Poesía en la Novelística. En la novelística caldense es fácil detectar dos aspectos contradictorios. Uno el drama político que aparece con frecuencia novelado, particularmente en relación con las guerras civiles. Y la presencia del elemento puramente poético en las descripciones de los sentimientos humanos y del paisaje nativo. Esto lo encontramos en las novelas de Eduardo García Aguilar, en Euclides Jaramillo Arango “Un Campesino sin regreso”, en la novela “Tomás” de Rómulo Cuesta, en “Sangre Campesina” del inmenso Fernando Arias Ramírez, etc.
En esta misma forma aparece la poesía en la gran narrativa de los novelistas quindianos y risaraldenses, que tuve la oportunidad de destacar en mi discurso al ingresar a la Academia de la Lengua, cuando dije:
En la tarea narrativa de López Gómez se advierte un animoso aire de vitalidad. El fluir de la vida se constituye en la arcilla fecunda y en el venero poderoso de los personajes, de las pasiones que dan rotundidad y totalidad a esta cuentística. Un halo de insistente panteísmo, circula caluroso por la atmósfera de los escenarios naturales y del mundo tórrido creado por el autor……En una de sus prosas de “Comarca abierta” a través de lo elegíaco, el poeta ve lo que el común de las gentes nunca descubre. En este instante de su prosa se refiere al río Quindío y a su ciudad nativa: “Cuando empezó la decadencia del río fue quedando la música de su recuerdo. Y a medida que la ciudad crecía y sus calles periféricas se alargaban hacia la falda descendente, los guaduales se hacían más distantes y, apartándose de la orilla, abrían los caminos verticales del sol y quitaban el fresco misterio de los remansos. Se desnudaron de su sombra forestal los pedrejones y el rigor de la canícula quemó los musgos y adelgazó las aguas y fue acallando los rumores fluviales y descubriendo los costillares ciclópeos del río”.
“Desde el barandal del mirador, en la casona rural de mi amigo, se ve al fondo, a gran distancia la pincelada blanca de la cascada inaudible, entre el gran silencio de los bosques eternos….”
López Gómez ha podido seguir de cerca y en el ritmo de su prosa, el complejo drama de casi una centuria. Ha sido partícipe de ese fluir dinámico de la gente y de los seres, que expresan sin limitaciones los abismos y los resplandores de su ser genuino, de sus penas y alegrías. Todo ello humedecido y aromado por la pasión del espíritu, de sus más puras esencias, desatadas e invasoras de los ámbitos inasibles, de los puntos suspensivos, y de la arquitectura física de una narrativa siempre evocadora y clamante.
Euclides Jaramillo y la tierra “La tierra era hermosa… sin manchas de sangre que la hicieran sombría. Ni plana que se inundara en los inviernos, ni inclinada que se tornara estéril por la erosión. Era… una tierra amena, es decir, ligeramente ondulada como el cuerpo de una mujer de líneas perfectas. Pródiga y agradecida, devolvía el mil por uno en las cosechas y aceptaba, para fecundarla y germinarla, cualquier simiente, así fuera oriunda de los más distintos climas…. Bajo una frondosa mata de plátano de troncos espléndidos como sólo se encuentran en las zonas cálidas, se podía hallar una de trébol, que es originaria de los páramos. Con el más leve arreglo que le hiciera la mano del hombre, se mostraba esplendorosa y agradecida. Así, lo que apenas días antes constituía un cañero de mortuoria, con el mínimo esfuerzo de esa mano laborándola, a poco sonreía sonrisa rubia a través de la cabellera de los choclos, o rumoraba en rumor verde con el flamear de las hojas del plátano mecidas por la brisa”. La poesía de éste párrafo es la de la sencillez y propiedad amable del lenguaje, lograda por quien conoció de verdad los secretos de la vida campesina. El elemento poético es reiterativo en la narrativa de Euclides Jaramillo, porque él fue un campesino, un campesino letrado que supo capturar estas sutiles esencias del arte, y dice: “Y el campesino es la tierra, la tierra misma. Se confunde con ella en su labranza. Y más tarde se vuelve tierra también en el olvidado cementerio de la aldea con cruces humildes perdidas entre el rojo de las hojas de carey familiar y la policromía maravillosa de las flores silvestres. Tierra negra y tibia, que todo lo hace florecer y a todos reciben con cariño, con el mismo cariño de Dios. Porque la tierra es Dios… Y el campesino es bueno porque tiene que ser como la tierra que es buena y con la cual se confunde…..
Jaime Buitrago y los árboles. Jaime Buitrago en su novela “Hombres trasplantados” (1943), narra todas las peripecias, aventuras y proezas de la colonización del Quindío. Los más hermosos y significativos aspectos de la naturaleza son destacados en estas páginas con un genuino aire de claro panteísmo, de poesía eglógica: “Desde su llegada al Quindío los colonos encontraron a porrillo la guadua, especie de bambú gigantesco. Y la utilizaron para hacer sus casas, sus camas, los instrumentos musicales, la banqueta, la tapia del fogón, el aparador, el tarro de la sal, el cedazo, el parapeto para la piedra de moler, lo burros típicos para el juego de los niños, la trampa para las perdices, el horcón del patio donde amarrar la vaca recién parida, la estaca y talanquera del potrero, las canoas que conducen el agua limpia desde la acequia, el lavadero, la puerta de trancas, la troje, las jaulas, la cuna del recién nacido, la barbacoa o parihuela para el muerto, la cruz del cementerio campesino. En suma: la guadua fue y ha sido el soporte de aquella raza, el símbolo de la civilización en dichas tierras como la porcelana en Asia, la piedra en Europa, el hierro y el cemento en los Estados Unidos”
Arias Suárez y la alquería. Uno de los más notables cuentistas del Quindío. Publicó en París su primer volumen “Cuentos espirituales” (1928). Después en Manizales 1944 “Envejecer” y “Cuentos de Selección”. Su novela póstuma “Bajo la luna negra” lleva un consagraticio prólogo del maestro Baldomero Sanín Cano. Dice: “El autor ha forjado una historia de grande interés psicológico, de gran valor artístico, y de una significación humana, aunque desoladora, estrechamente ligada con la realidad”.
Sus cuentos “El gallinero” y “La vaca sarda” suelen aparecer en las mejores antologías de literatura hispano-americana. Como los cuentos de Antócar, de López Gómez y la narrativa de Jaime Buitrago y de Jaramillo Angel, una dolorida poesía aletea y se posa irremediable en sus densas páginas. El perro guardián, el leal compañero del colono rico y del colono pobre; “El gallinero”, el gran rey de todos los corrales, el gallo, valiente y capaz de las más sacrificadas ternuras cuando la peste deja huérfanos y friolentos a los polluelos. Y “La vaca Sarda” el bello cuento de la sencilla vida campesina
Antonio Cardona Jaramillo y el paisaje Antócar como se le conocía en el mundo de las letras, el periodismo y los afectos. Era un gentilhombre renacentista. Publicó en revistas y periódicos cuentos muy trabajados y expresivos del alma antioqueña y caldense , del campesino de su tierra. En su libro de cuentos “Cordillera” “el paisaje no permanece al fondo, sino que invade el primer plano, como protagonista”.
“Guandolo” el cuento que abre el libro “Cordillera” se inicia descubriendo e invocando el polidimensional espíritu del paisaje, el más grande tesoro comunitario: “Quindío: tierra de minifundios y latifundio del paisaje. Arriba, borrachera azul; abajo, en la planada, ebriedad verde. Marco arbolado de la cordillera, perforado de recuerdos indígenas y con pájaros civilizados cantando a la vera de la carretera bordeada de abismos. Por las noches inmensas, los sones sonoros de tiples veredanos. Por las mañanas lindas, repujadas de luz, canciones colonizando la madrugada. Raza de varones fuertes, hombres machos y mujeres hermosas. Raza que canta y llora. Raza que sufre y perdona. Raza para el trabajo y la gloria, hunde sus dedos en la tierra y la fecunda, porque el sudor tiene secretos poderes de semilla. Hombres nuevos, para burilar en las caderas de los robles. Quindío: tierra de todos, como la esperanza!…..
Benjamín Baena Hoyos, el poeta de la Colonización. Su narrativa en “El río corre hacia atrás” es el gran poema de la colonización de estas tierras. Una novela escrita sin afanes, ni presiones del editor o de la publicidad. Un estilo logrado con exigencia de esteta y la espontaneidad del hondo sentido poético que siempre aleteó en la espiritualidad de Benjamín Baena Hoyos.
Dentro de nuestro tema, analítico como antológico de la poesía en la narrativa quindiana, éste último breve aparte, tomado de los capítulos finales de “El río corre hacia atrás”: “En el Quindío la tierra se dejaba cultivar, codiciaba la mano del labriego y se le entregaba plenamente. No precisaba bueyes ni arados. Sólo la semilla. Y no por sumisión, pues era arisca y sin domesticar. Más bien era por exceso de vida, por calladas latencias, por valimentos de su entraña, que expurgaban, nutrían y excitaban las raíces andariegas.”
Fernando Arias Ramírez, su novela “Sangre Campesina” Sea ésta la ocasión para rendir un homenaje a Fernando Arias Ramírez, uno de los más valiosos y serios narradores quindianos. Imperdonable olvidarlo, es uno de los grandes de nuestra literatura regional. Político, además, empresario rural y hombre de parlamento, pero por sobre todo un gran escritor. Sus cuentos todos, su novela “Sangre campesina”, su literatura de ideas, una obra armoniosa y bien trabajada. Oigamos su prosa: “Los machetes cortan maderas sin descanso. Son música y luz; canto metálico sobre la floresta sacrificada. La carne blanca y osada de los laureles y guayabos se despedaza embalsamando el aire. Ya casi llegan a la encina orgullosa que se desangra por dos heridas profundas; la del costado bajo le está llegando al corazón. Pasan los macheteros rozando. Unos metros más para quedar a prudente distancia y se detienen a contemplar el tremendo espectáculo. Sobre el andamio el hachero de encima golpea fuerte y rápido al fondo de la herida. El coloso gime porque ceden las últimas fibras. Los ojos están fijos en la alta copa que empieza a inclinarse con un blanco parpadeo del follaje. Se agacha perezosamente, cruje, traquea , se va al suelo y rueda. Sigue rodando como un rodillo infernal que aplasta los guaduales. Hay un sacudimiento telúrico. El ruido atruena todo el espacio de la comarca. Es el universo vegetal que se logra: la selva que revienta en trueno prolongado que multiplican los ecos. La peonada suelta un grito de triunfo, medita unos minutos en silencio y luego se sienta a almorzar sobre la hojarasca olorosa”.
Jaramillo Angel, el paisaje interior de sus personajes. Humberto Jaramillo Angel se ocupa con total pericia de los personajes de aquella etapa de la vida quindiana, en la cual los nietos de los colonizadores, se tornan citadinos. Hay una bonanza que los herederos de los pioneros y tenaces creadores de prósperas ruralías, aproxima a los centros urbanos, a la vida aparentemente muelle de la ciudad. En todo este proceso surgen unos personajes de novela y cuentística, ásperos y contradictorios, enfermos y resentidos, los que Jaramillo Angel retrata y da vida plenaria en su narrativa con hondo tremor psicológico, particularmente en el convulso universo de sus libros “Paralelos de Angustia” 1953, y “Regreso del Viento”, donde el paisaje sombrío de las almas se confunde con la niebla y los ateridos chubascos de la estación invernal, eterna por la Línea y por Navarco……….”
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