Palabras en el homenaje a la memoria del poeta. Programación del Departamento de Lengua y Literatura del Instituto de Humanidades de La Universidad de La Sabana
La muerte del humanista y académico antioqueño David Mejía Velilla el 15 de Septiembre del año 2002, ciertamente que enlutó la cultura nacional, las academias y el mundo universitario del país. Hombre de severos principios y de serias disciplinas mentales dentro del humanismo cristiano. Su gran obra literaria y la que él más amaba es su obra poética, recogida en su gran libro “Canto Continuo”. Toda una sinfonía amorosa a las criaturas de Dios, a las tareas de la madre naturaleza y a los más puros afectos familiares. Pocos días antes de su muerte, llegaron al país ejemplares de una pulcra y nueva edición de “Canto Continuo”, publicada en San José de Costa Rica por Promesa, organización para la promoción cultural de la cual es activa animadora la ilustre dama colombiana Helena Ospina de Fonseca. Este libro es la compilación de sus once poemarios publicados en distintas fechas de la existencia de Mejía Velilla.,
La poesía de David Mejía Velilla, con su frescura de palabras, su desprevenida videncia y tranquila fuerza de fondo, es una poesía en realidad poco común. Pero es como aquella música de cámara, memoriosa de la vida cotidiana, del solar familiar y de la aldea de la infancia cada día más remotos. Claro regocijo para la intimidad y la elevación del espíritu, calidades que le prestan a esta poética permanencia en el tiempo y holgura de universalidad. Poesía que se desenvuelve dentro de las tranquilas leyes de la armonía y un ejecutante que enseña su desprevenido rostro de autenticidad y de maestro. Una poesía que es como el equilibrio estético de severos y esclarecidos elementos literarios, libre de envolturas espléndidas y de ropajes innecesarios. Una poesía en su estado natural. Con el poeta T.S. Eliot, diríamos que es una poesía conversacional, ya que un poema de Mejía Velilla es como la transcripción de un diálogo amable y sin afanes, con una enorme sobrecarga de humanidad y de ternuras, un lúcido soliloquio de la sumatoria de cadencias y claridades. Y la poesía de Mejía Velilla, no sólo es pura sino espontánea, más que excluyente es generosa y abierta a todas las corrientes. Y sólo una poesía así, una poesía de sosegada y flexible pureza, luminosa simplicidad y muy limpia conciencia estética, puede tender puentes sobre los abismos. Sobre esos espacios abismales que prevalecen, por ejemplo, entre la vida y la muerte. Poesía que guarda un secreto: busca invadir y colmar con apacible plenitud, parajes que se interponen entre las criaturas y su Dios. Entre la existencia terrenal y las fronteras del más allá. Indispensable para esta tarea colosal, la máxima idoneidad: riqueza de vida interior.
Y, hagamos un breve paréntesis antes de seguir adelante, para recordar ciertas inquietudes intelectuales de Richards, un crítico y analista de T.S. Eliot. Richards planteaba la salvación por la Poesía.
“¿Salvación de qué?”, preguntaba con cierto escepticismo Eliot. Y Richards insistía: “salvar al hombre de su inmensa soledad frente al infinito; salvación ante los misterios de su nacimiento y de su muerte; salvación de la inconcebible inmensidad del universo; cual el lugar del hombre en la perspectiva del tiempo, del principio y fin del tiempo…”
Mejía Velilla enseña un arte poético. Un muy claro evangelio estético. El poeta dice: “Los poemas de Dios pertenecen al orden del ser”. En tanto que los poemas de los hombres “pertenecen al orden de la ficción.” En su libro, “Vitrales”, parte vital del “Canto Continuo”, nos dice:
“Y que maravilloso fue
advertir que Dios
quiso señorear también
sobre el orden de la ficción.”
Para el autor de Canto Continuo, no sólo el poema en si, es una entidad, Lo es plenamente en un solo verso. El verso aislado, que puede ser una entidad compleja, rica en suscitaciones espirituales y estéticas. Un verso escueto y único, puede ser todo un adagio, una bella norma de vida interior, una definición de posiciones ante si mismo, ante el mundo, ante Dios. Dice el poeta en su libro, Vitrales:
“Y es que el poema ha sido confiado a la palabra,
y la palabra se conforma en el verso,
de tal modo que si el verso o la palabra desaciertan,
queda el poema sepultado en el no-ser.”
Y aclara más adelante:
“La verdadera poesía no es evasión: es creación.
No es irreallidad, se afinca en la verdad,
o más bien nace de ella.
No es emoción y afecto,
sino más bien pensamiento y recuerdo,
imaginación y palabra.
La emoción está antes o después,
o no está:
lo mismo que el afecto.
La poesía es palabra,
y por lo mismo música.
También porque es pensamiento,
y la música pertenece a esos dos campos:
nace en la palabra y antes ha nacido en el pensamiento…”
En su poemario, filosofario, “Pequeño Eliot”, el poeta afirma:
“Si quieres traer el cielo a la tierra, sé pacífico… Que sean la verdad y la paz, luz de nuestros ojos, música de nuestros oídos: cómo, de otro modo, podríamos advertir el amor de esta brisa que nos apacigua, la dulzura del canto de la noche que nos alerta, el perfume de los heliotropos, que da alas a nuestro corazón, el rumor del agua, el brillo de los cafetos que adormece la luna, el fulgor de la estrella de la tarde: su majestad, su pureza, su tierno eterno temblor. Nada hay más de Dios, bajo la noche, que un corazón sincero y pacífico: refulge más que todos los luceros.”
Ciertamente, sólo ella, la poesía, puede llenar esos vacíos inmensurables, entre la existencia terrenal del hombre y lo que viene después, el fin vital y otra vida desconocida y nueva. En su Memoria de Dios, libro número once de Canto Continuo el poeta, nos dice:
“El agua de vida
nos recrea
con la fuerza
de El que sostiene
los mundos:
ebrios de luz
y de energía,
ebrios de la sabiduría
más penetrante,
estos bebedores,
poetas de las profundidades,
señorean la creación
camino del señorío definitivo
junto al Cordero de las aguas.”
La poesía de Mejía Velilla, está orientada sin hacer alardes, hacia el hallazgo y el quehacer amable en la tarea de airear espacios abisales y angustiosos, señalizarlos y delimitarlos. Buena y bella tarea, preservar el ritmo y el equilibrio del cosmos como entorno natural del ser humano, del homo sapiens. Igual a la bella tarea de los que oran en los claustros, sin ver el mundo, para que ese mundo conserve su armonía y no se desquicie. Una misión hermosa para un cristiano puro y sin mezclas. Para un espíritu de las dimensiones del espíritu de Mejía Velilla, sin banderas excluyentes en el mudo de los derechos y deberes. Un hombre, que transmite, pacífica y pedagógicamente a sus semejantes, sus naturales y genuinas calidades de espiritualidad.
Bella torsión ésta hacia los campos iluminados del conocimiento sobrenatural. Quizás dentro del silencioso drama de “sentir el pensamiento y pensar el sentimiento” de que nos hablara con tan hondas convicciones don Miguel de Unamuno. Y lejos, nuestro poeta, de sentirse “un trueno de la voz sagrada” como se sentía el alemán poeta Stefan George. Pero, si pudo sentirse: “rumor del manantial” que refresca la aridez de los surcos y la pesadez estival de los caminos del hombre, del hermano, del amigo, del joven estudiante cercados de dubitaciones.
David Mejía Velilla, nacido en 1935, vivió 67 años, cofundador de la Universidad de la Sabana, un jurista, un educador, un académico de la Lengua y académico de la Historia. Así mismo miembro activo de las academias de Jurisprudencia y de las Ciencias Eclesiásticas. Es autor además de inolvidables ensayos. Recordemos, entre otros, su ensayo histórico publicado en 1975, “Berrío Intimo”, donde campea la honestidad del historiador. Otros ensayos: “De la vieja literatura americana” y “Glosas a la desamortización”, publicados en 1998 y, éste mismo año, el libro ensayístico “El régimen federal colombiano” y “Marco histórico de la universidad colombiana”, donde se descubre de inmediato un manejo excepcional de los temas históricos con el fin de orientar y de llevar a los jóvenes lectores la verdadera personalidad de varias ilustres figuras de la política colombiana del siglo XIX, figuras con frecuencia con una imagen distorsionada e inexacta en la memoria del público. En el primer ensayo. “Régimen Federal Colombiano”, el autor logra una enriquecedora síntesis sobre lo que fue en su realidad creadora, uno de los más interesantes períodos de la vida política del país, el régimen federal a lo largo de 30 años entre 1855 y 1885.
El segundo ensayo, “Marco histórico de la Universidad Colombiana”, nos convence de su conocimiento y dominio en torno al luminoso desenvolvimiento del ente universitario, siempre orientado a las necesidades del medio, con énfasis en el mundo latinoamericano. Además, en el ensayo, “Régimen Federal Colombiano”, Mejía Velilla, nos sorprende gratamente con la revelación minuciosa y rigurosamente documentada sobre facetas poco conocidas de personajes de nuestra historia. Por ejemplo, lo que allí se dice en forma muy equilibrada de hombres de pro y mandatarios como don Manuel María Mallarino y de otros importantes personajes de nuestra historia como Julián Trujillo, Saldúa, Otálora, José María Samper, etc. etc. de quienes se revelan en este libro, interesantes detalles de su verdadera personalidad y de sus fecundas actividades a favor de la Patria.
Finalmente “Notas de Periodismo Literario”, severa edición de la Universidad de la Sabana. Allí, rica y espontánea la prosa conceptual y erudita de David Mejía Velilla, que ahonda en lo esencial de los temas. Ensayos que son verdaderas proezas de síntesis, no sólo sobre consagrados personajes mundiales, sino sobre personajes de las letras y del quehacer nacional, como Porfirio Barba-Jacob, Rafael Pombo, Elisa Mújica, Néstor Madrid-Malo, Gerardo Valencia, General historiador Camilo Riaño, Guillermo Payán Archer, Antonio J. Cano, José Luis Díaz-Granados, Mauro Castro, Renata Durán, Meira del Mar, Amparo Inés Osorio, Blanca Ochoa de Molina, Carlos Castro Saavedra, Luis López de Mesa, Miguel Moreno Jaramillo, Juan Gustavo Cobo-Borda, y de varios nombre de jóvenes poetas, que David se esforzaba porque nunca fueran olvidados.
Humanista cristiano, David Mejía Velilla, su pluma con frecuencia enriquecía las páginas de la prensa nacional, particularmente la prensa diaria antioqueña. Sus libros en las bibliotecas públicas y universitarias se constituyen, hoy, en valiosos contenedores de verdad y de vida. David Mejía Velilla, un hombre de pensamiento, un sabio que se mostró siempre, no digamos que orgulloso o vanidoso, pero sí muy complacido, cuando alguien al pasar lo saludaba simplemente diciéndole: ADIOS POETA !.
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