CAPITULO CATORCE
Una ciudad donde sus habitantes hacen la ciudad.- Una villa de amor, de trabajo y de paz.- La gran sumatoria del quehacer de gentes vitales y alegres.- El Convite para construir el Aeropuerto.- El reinado cívico de Aleyda y Lucy.
1 –
Era esta una ciudad adolescente y grande, que pintaba ya su cuerpo de colores vistosos y anochecía bulliciosa y alegre. Al atardecer, la bella urbe afinaba su apariencia sensual y se mostraba como satisfecha de toda bien cumplida jornada.
En los instantes finales de cada día, encendía el hechizo de su galaxia ritual, el precario alumbrado público por calles, carreras y parques.
En sitios urbanos claves se avivan los viejos faroles, suspendidos con sentido estratégico en las esquinas de los altos aleros y en los lugares más bulliciosos y concurridos. Y en los nuevos y en los antiguos aleros que, velados por el gris de las telarañas, desde los almenares, oponían el optimismo de su claridad mortecina al avance invasor de la noche.
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Villa de amor, de trabajo y de paz. Auroral y como empotrada, con afán lujurioso, en el sitio donde antes existió un extenso y cerrado bosque de guaduas. Hasta ayer, una población de calles empedradas, portones adoquinados y patios con el embrujo de las dalias floridas. Y en todos sus ejidos, la floración de su obstinada sensibilidad bucoliasta.
Entonces, impaciente. Década de los años cuarenta de la vigésima centuria. Una joven urbe sacudida por su febril afán de cambio; por el ambicioso progreso comunitario y personal de sus habitantes; por la obsesión del trabajo productivo, por el impostergable desarrollo urbanístico.
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Joven metrópoli andina, era. Prodigio y sumatoria del quehacer de gentes vitales y alegres; de grupos humanos tenaces en la concreción y culminación de sus ideales. En los torrentes de la sangre, el empuje de severos y sostenidos ancestros de Antioquia, del Cauca y del Tolima Grande.
Sus moradores amaban desde de aquellos años, la simple dicha de vivir. Buscaban sin muchos rodeos la alegría de los placeres, de los deleites elementales. La acción del trabajo creador y enriquecedor, clara expresión de su genio y de su personalidad.
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Eran los días de la construcción del Aeropuerto Internacional, las grandes avenidas circunvalares y el nuevo hospital. Toda una proeza la explanación para el terminal aéreo, el banqueo de montículos cordilleranos, de colinas gredosas y pedregosas, hermanas menores del Alto del Nudo. Un trabajo hercúleo, el relleno de largas y profundas cañadas, cerca de Nacederos. Predios donde gentes entusiastas, entre ellas nosotros los estudiantes de entonces, volcamos, arrumamos y aplanamos cerrejones y serrezuelas para iniciar las obras del gran Terminal de Matecaña.
2 –
Vamos a evocar el Convite. Los líderes cívicos y naturales de la gran comuna, en este día como en muchos otros posteriores, estaban personificados en ciudadanos jóvenes. Muy visionarios respecto al destino de su villa y de su gente. Una nueva clase dirigente y política. Entre un centenar de ciudadanos los Mejía, los Angel Maya, los Gaviria, los Vallejo, los Marulanda, los Cuartas, los Botero, los Cardona Tascón, los Jaramillo, los Restrepo y, unos tantos más entusiastas y meritorios, que pensaban día y noche en el buen suceso comunal, más que en su propio y personal buen suceso.
Protagonistas todos ellos y, años después, personajes casi de leyenda en la historia grande del burgo. Comandaban con admirable dominio y carisma un ejército múltiple de jóvenes estudiantes de colegios oficiales y particulares. El Colegio que plasmó Deogracias y el otro, La Salle, dirigido por el Hermano Marco, un francés fuera de serie.
Con la claridad que brinda el conocimiento minucioso de los problemas y las soluciones viables, estos líderes naturales orientaban a la gente mayor y menor de edad, pero, de buena voluntad. Todos, aquella mañana, armados de barretones, azadones, palas, regatones, carretillas, muy de madrugada y henchidos de la plenaria y decidida alegría de servir.
Con sistemático y contagioso entusiasmo, iniciamos los trabajos de remoción de tierra pedregosa y su conducción a las hondonadas y quiebras. Las damas sin discriminaciones dentro de ellas mismas, las metropolitanas y las de otros lugares, preparaban y repartían con diligencia y gran gentileza: bebidas y comestibles.
A media jornada, tanto lo puedo recordar, hizo inesperada aparición por un claro de la carretera el refuerzo activo y cívico de la vereda Fonda Central. Estaba comandado por el Inspector de Policía. Si. Con sorpresa vimos como se acercaba un gran batallón de guerreadores civiles en plan de presentar armas, en formación informal y traje de fatiga. Todos armados con instrumentos de labranza para reforzar a los citadinos de la madrugada en aquella formidable minga dominguera.
Se vivía, a la sazón, el acontecimiento de acción colectiva, más eficaz y serio de la ciudad en la primera mitad del siglo. La ejecución de grandes tareas por el sistema de la acción comunitaria pura. Verdadero trabajo solidario. Bien programados y en marcha productiva todos los recursos disponibles. Los propios y los institucionales.
El liderazgo natural y el institucional espontáneos. Todos unidos para poner en marcha las reservas de un hondo deseo de servir y de ser útil, que la gente guarda en su intimidad. Su práctica tuvo entonces, feliz ocurrencia en el famoso Convite de “Matecaña”.
Valioso ese trabajo colectivo, pero más valiosos y significativos los gestos multitudinarios de conciencia fraterna y solidaria. De la humana capacidad y ansiedad de desarrollo y cambio. Los anhelos deliberados de superación, fueron puestos en agresiva evidencia y en marcha formidable por todo un pueblo, sus líderes y organizaciones.
3 –
El reinado de Aleyda y Lucy. Claras y bien acendradas virtudes sociales del comportamiento ciudadano, hicieron posible este momento cenital de acción ciudadana dentro del quehacer de la historia doméstica en el amanecer de la década de los cuarenta.
Las fuerzas cívicas de la ciudad se parcelaron en dos grandes y civilizados bloques. Y con desbordada generosidad el billete y el entusiasmo de los ricos, de los menos ricos y de los no ricos, circularon caudalosamente para engrosar los fondos con destino a la construcción de nueva sede para el Hospital de la ciudad.
La filosofía simple y las leyes operativas de la verdadera acción comunitaria, se cumplían en forma perfecta. Primero, un gran esfuerzo de la comunidad, después, como premio, la significativa participación institucional. Un ejemplo para el mundo, más tarde copiado a nivel internacional, por el Estado de Israel y por Corea del Sur.
La simpatía muy espontánea de Aleyda, una joven educada con singular esmero y realmente hermosa, mostró una fuerza arrolladora y su nombre y sonrisa invadieron las aulas y los patios bulliciosos de escuelas y colegios. Ella, era la predilecta de la gente menuda, que con sano y pueril fanatismo dibujábamos ese bello nombre en los espacios libres de los cuadernos y en la tapa de los pupitres.
Era la candidata de los sectores populares. Todos la queríamos, quizás con un poco de escepticismo respecto a su triunfo, porque parecía que la plata fluía más generosa hacia la otra gentil contraparte.
Lucy tenía un porte de realeza y de belleza aristocrática, que llenaba de orgullo a la dirigencia metropolitana. Los más encumbrados personajes y líderes empresariales estaban con ella. Todo era esplendor en torno de Lucy, su triunfo era un axioma.
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Ya llegó la hora de los escrutinios. La plaza principal de la gran ciudad hervía roja y toda festonada . Los pabellones municipal y nacional, allá flameantes frente a las torres abombadas del templo de Nuestra Señora. El Club Rialto estaba lleno de gente, hasta en los balcones laterales. Los salones inmersos de entusiasmo.
Ahora, !quien lo creyera! se anunciaba el triunfo de Aleyda. La multitud en la plaza estalló en animosos vítores a Aleyda y a Lucy. Las estrellitas de la corona de la Patrona en el altar mayor, brillaron entonces con más intensidad según lo vieron y atestiguaron las buenas señoras rezanderas del pueblo-pueblo. Las luces del Club se opacaron un poco. Pero, más tarde se encendieron con plenitud, iluminaron todo el recinto a la llegada del Comité de Aleyda. Sus integrantes saludaban y abrazaban con efusión y entusiasmo a los miembros del Comité de Lucy.
El pueblo en la Plaza inició luego una gran manifestación de alegría cívica por las calles y carreras céntricas. Tarde ya se dispersó optimista y confiado en la eficacia de sus líderes cívicos y en su destino comunal de futuras alegrías.
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