Pasión Creadora

CAPITULO DOCE. A estudiar en la ciudad.

CAPITULO DOCE

A estudiar en la ciudad.- Las casas de la 21.- Arquitectura colonizadora.- El ejemplo de Juan Soto.- La Escuela Gregg. La tía Marulanda en actividad.- Los zares del transporte masivo.- Exámenes para ingresar al Colegio Oficial.- Diálogo con mi padre.- Mi padre y el atleta y entrenador Milton Lagardere.

1 –

Bien asimilados los conocimientos entregados a viva voz por mi madre, y los que nos impartió la profe Cándida Isaza, tocóme ingresar al Instituto Robledo de don Juan Soto en la calle 21, y un año después a la Escuela Comercial Gregg en la Plaza de Bolívar de Pereira. La tarea no era fácil, puesto que debía madrugar desde la finca al estudio en la ciudad. Muy temprano, como a las cinco de la mañana, ya estaba en los ajetreos del baño, de la ropa, de los útiles y del desayuno.

 

En cierto sitio del Instituto, se podía percibir todo el ajetreo de la ciudad. Pero, la calle 21 parecía sintetizarlo todo.  Sus casas eran hermosas e invadidas de poesía silenciosa. Ya el poeta Luis Carlos González Mejía, había escrito su romanza-canción:

Contigo linda es tu calle,

linda es tu calle contigo,

cual un retazo de cielo

que el Señor haya perdido.

 

 

Casas de la calle 21. Sus ventanas y miradores dejaban ver colegialas bellísimas con sus uniformes de la semana. Ellas, eran como los maravillosos renuevos de nuestra raza. Raza que es bella y alegre y nunca se le muere el alma.

 

Calle arriba de la carrera once, esas edificaciones civilizadas lucían toda la severa coquetería de la ciencia artesanal de principios de siglo, tallas en madera preciosa. Los frentes de las casas denunciaban todo el vigor tranquilo y la espontaneidad de la arquitectura colonizadora, bellos balcones artesanales, lo mismo sus puertas, ventanas y esmerados aleros.

 

2 –

Muchas de esas casas con esos lindos balcones y acogedores aleros. Sus moradores de entonces, eran los Jaramillo Angel, los Escalante, los Botero, los Escobar Muñoz, los Wolf, los Posada, los Isaza, los Gaviria y no se cuantas más familias, casi todas descendientes de los duros visionarios, varones y matronas, de la colonización De esa tropa colonizadora venida de la Antioquia grande, vía Salamina, vía Aranzazu, vía Aguadas, unos desde Sonsón, otros desde Abejorral, Rionegro o Jericó.

 

Ciertamente, que al profesor y director del Instituto, don Juan Crisóstomo Soto, muchos pereiranos recibimos de él, excelentes lecciones prácticas. Una de ellas, el amor a Pereira. Otra, quizás mal aprendida algunas veces, la lección del elegante buen tono. Y la de buena letra, con delicados perfiles las mayúsculas y las minúsculas; y la pulcritud en el vestir, en el hablar y en el trato con la gente y con todos los seres vivos de la naturaleza.

 

La pulcritud en todos los tiempos de la conjugación y de la vida. Uno de los buenos alumnos que tenía fama entonces de buen estudiante y de rigurosa presentación personal, que el director lo insinuaba como ejemplo, Julio Enrique Sánchez Arbeláez, un año menor que yo. Tremendo estudiante y singular y portentosa memoria.

 

3 –

Y terminé ese año lectivo donde don Juan Soto. Luego me matricularon en la Escuela Gregg, dirigida por Antonio Ospina, Francisco Quintana y Octavio Rojas. Ospina era el empresario y el relacionista. Quintana, algo así como un maestro en todas las ciencias y Rojas el jefe de disciplina y el matemático.

 

Allí, venía yo a hacer un curso de estudios complementarios, para poder presentarme a los examenes de ingreso al Colegio Oficial de Bachillerato que dirigía don Deogracias Cardona Tascón. La Gregg, tenía una severa vocación comercial y de buena enseñanza con orientación hacia las matemáticas.

 

En mi grupo estaban Jaime Urquijo, Uriel Henao, los hermanos Liscano, un muchacho interno de Manizales, que lo llamaban “Cuarenta y cinco”. Una muchacha, que más bien parecía una maestra y que con su carga de misterios, asistía poco. Y ocho alumnos más, que parecía cada uno en esmerarse y proponerse en nunca destacarse absolutamente en nada.

 

Y matemáticas por la mañana y matemáticas por la tarde. Poca Historia, un tanto de Geografía, Cívica en el sentido de ayudar al gobierno de la república liberal. Y déle a los quebrados y a la regla de tres compuesta.

 

El local de la Escuela Gregg estaba situado en la esquina de la Veinte con Octava, segunda planta, en una linda casa de arquitectura colonizadora, propiedad de la Tía Marulanda, que vivía en seguida y era una tremenda colaboradora del Director para mantener cierto ritmo de disciplina entre nosotros.

 

Es apenas cierto, que no se admitía en el sector más ruido que el ruido mismo que la tía Marulanda hacía, cuando hablaba, cuando discutía o cuando caminaba. A veces, ella, iba a la Escuela, subía las escalas y don Antonio se presentaba muy parsimonioso y se deshacía en atenciones con la Tía, la cual tía podía ir por el arrendamiento o a poner alguna queja de los muchachos que solían asomarse por detrás, por los lados donde la Tía se bañaba con agua calientica.

 

4 –

Cierto día mi padre y yo abordamos la buseta nueva de Gumersindo Alfonso, la Santa Inés. Gumersindo con Dionisio Holgín, eran los zares del transporte masivo entre Dosquebradas y Pereira. Pero Gumersindo fue el pionero del transporte colectivo con la buseta Santafé, la Santa María y la Santa Isabel, esta era la buseta más grande y la más moderna antes de llegar la Santa Inés con relucientes asientos abollonados.

 

Yo abordé a mi padre para plantearle un difícil tema en la conversación:

-Pa, voy al Colegio por ver si pasé….

-Pero no me dijo ayer que no había pasado?

-Bueno, quizá una equivocación.

-Deje de soñar hombre y ponga los piés en la realidad. Estudie e insista. Pero, no espere milagros gratuitos.

-En esas estoy pa, hace mucho rato. A veces creo que debo irme para la hacienda del tío Belisario. Así, cambio de ambiente y él me paga por el trabajo. El me lo dijo hace días.

-Haga lo que crea correcto, pero no porque se sienta derrotado.

-Sí pá, pero es que no quiero ser pesado para usted y la familia. El negocio y la finca no van bien… y no quiero encontrarme con los compañeros de ayer, siempre tan triunfalistas…

-Usted ya es un hombre, hecho y derecho, haga lo que a bien tenga pero no se le olvide que tiene una familia, un padre, una madre, usted es un privilegiado, además, está muy joven. Mientras yo estoy viejo y enfermo.-

-Pá, ayer no encontraba qué camino coger, cuando me enteré que no había pasado en el colegio… Y como me dijeron que si no pasaba, adiós estudio, entonces pensé en suicidarme….

-No diga tonterías, que un hombre inteligente de verdad no se suicida. A la desesperación y a la locura se llega cuando se arranca por malos caminos y a usted nunca se le ha llevado por caminos equivocados.

 

5 –

El confundido estudiante que era yo, me despedí de beso de papá e hice el alarde de bajarme de la Santa Inés a la altura del Colegio Oficial. Ocupó de inmediato el puesto un antiguo amigo de papá, el viejo atleta y profesor  de Educación Física, Milton Lagardere, quien venía de pié al lado, muy atento a la conversación de su amigo con el hijo. El profesor viendo el aire de preocupación de su compañero, le hizo casi al oído esta perorata del deporte:

 

-Del boxeo es bueno reconocer que se trata de un deporte viril y de grandes posibilidades pecuniarias. Yo no vacilo en recomendárselo para sus hijos. Hay un abultado estudio histórico sobre el boxeo escrito por un señor Fleisher, tratado que maravilla y entusiasma sobre manera, por las descripciones magistrales de algunas noches históricas del “ring”. El profesor Isidro Corbinos, buen amigo mío, boxeador de profesión por más señas, diseñó  una interesante citolegia, muy solicitada y fácil de conseguir, sobre las técnicas más eficaces de este deporte, que tampoco vacilo en recomendársela para que inicie desde ya su biblioteca de familia. Y no se le olvide, que sólo a los deportistas se les celebra como cosa siempre original y simpática, el modo de comportarse en sociedad, así acostumbren los procederes en apariencia más descomedidos. En Pereira, unos deportistas argentinos en días exitosos para el fútbol local, penetraban a los cafés y fuentes de soda y para tomarse con burda comodidad unas bebidas, subían las extremidades inferiores sobre la mesa vecina y, los jóvenes y hasta los viejos miraban eso como tocado de cierta rara genialidad y, con razón, porque los muchachos porteños eran para entonces los ases de la pelota.

 

-Vea Mílton, replicó mi padre, yo quiero que mi hijo se gane la vida en el comercio, después de recibir una buena educación, para que nunca diga bobadas ni exageraciones, como esas que usted dice.

 

-Tampoco es una exageración -arguyó el profesor-, que los deportistas, los ídolos del boxeo, el balompié, el pedaleo, etc., en sus horas de triunfo sean preguntados por los reporteros de prensa sobre los graves problemas nacionales e internacionales y, ellos, emiten al instante, respuestas simplistas pero singulares y esclarecedoras. Así, los deportistas estrellas, se llevan no sólo los merecidos aplausos y admiraciones de la multitud que los oye por radio, sino que también se alzan con la plata y hasta con las ideas. Y esto, cuando el pobre egresado universitario se puede dar por muy bien servido cuando está al día en los pagos de arriendo del apartamento. Mientras tanto, los deportistas del pedal o de la bola, por ejemplo, alcanzan a poseer cuenta bancaria con abultado saldo, a más de algunas casas de inquilinato, entre ellas una donada por colecta pública entre sus fanáticos. En conclusión, amigo, que si a la cuestión económica vamos, es más productivo, muchísimo más, el deporte como profesión que el intelecto que para conseguirlo da tanta brega a los pobres muchachos. Aquí no hay más alternativa, las piernas y los puños producen más que la cabeza.

 

6 –

-A propósito, interrumpió mi padre, ya un poco menos fruncido el ceño, yo conozco una dama, medio pedagoga y quizá visionaria, que desde hace años, colgó de una viga de su casa un saco con fina y pesada arena, y mañana tras mañana obliga a sus hijos a cargarle a tal envuelto larga serie de puñetazos y cabezazos a fin de preparar a los muchachos…

 

-Y a fe que los prepara para la lucha por la vida, remató el profesor y agregó: -cuídese en su hogar, lo digo por experiencia, de las excesivas letras, de las excentricidades humanísticas, de los muy indigestos tarugos librescos… por favor. Alguien muy sensato hace siglos señalaba con índice acusatorio: Vean esas personas delgadas, tristes y hurañas -como el hijo suyo- que se dedican al estudio de cualquier disciplina intelectual seria, su mente está en todo instante agitada por un remolino de los más diversos pensamientos, y ello influye muy negativo sobre su pensar y su comportamiento. El espíritu se les disipa, su fuente vital se seca y, por regla general se hacen viejos sin haber pasado por jóvenes. Los otros, los de las pistas y los estadios, siempre lozanos y ágiles, llevan en su rostro la viva imagen de la salud y de la alegría triunfadora.

 

La lucha por la vida, amigo, concluye el atleta y profesor, la lucha por el éxito es empresa grave. Y hay que tomar medidas para librar a las futuras generaciones de morir anémicas, paralíticas, leucémicas en las cavernas futuras… o en las bibliotecas. El deporte y el aire libre son la salvación. Y es bueno que pongamos en claro, y así lo indiquemos a los hijos, el altísimo destino del deportista, que no es otro que buscar, primero sus buenas ganancias y, simultáneamente, divertir al siempre muy aburrido y despechado corazón de la gente.

 

Y no se olvide, amigo, que la multitud, hermana mayor del ruido, consagra lo que penetra con estruendo y aparato a través de sus oídos y retinas. De allí por qué del estadio sacan en hombros a los ágiles campeones o se rinde admiración por el gladiador de la mano poderosa y soporífera. Y a esos otros que vuelven frenéticas y emotivas las largas avenidas al paso ráudo de los hombres del pedal. Entre tanto, la gente menuda colecciona con devoción el rostro metálico de los pugilistas y la humanidad en pantaloneta de los ases del pedal o, se arrebatan de entusiasmo ante alguna pose rara del grandes deportistas. Y, si yo fuera gobierno, le aseguro, querido amigo, que trataría de incrementar más y apoyar de verdad el deporte, pues, está claro que los deportistas ponen menos cebo a las autoridades, que los solapados intelectuales y escribidores febriles.

 

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