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En el gris de sus rocas de solidez metálica
el río Otún golpea las montañas.
Y el convulso elemento más de un óbice triza,
rudos bandazos, olas que adelgazan las linfas.
Por los sombríos cauces entre cetáceos pétreos
dice y grita sus quejas en indiano dialecto.
Toda una teoría de lianas y remansos
que urde tiempos distantes y curvados espacios.
Aguas turbias y tristes. Voz agorera y ecos
que noche y día pasan sin cesar repitiendo
la cantilena antigua de avatares y mitos,
farallones tatuados por la luna y los sismos.
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En su larga agonía su fluir, perla y llanto,
aturde con prenuncios proféticos y anárquicos.
Aguas grises y pávidas, angustiosas murmuran
lo que el indio quimbaya, comprende y no pronuncia.
Lucidez espectral, arcanidad del hombre
sin grafías, ni signos frente al Cosmos insomne.
Apenas acuciado por idiomas letales
sin voces que descifren la incógnita inmutable.
Y, quizá ya muy tarde, la muchedumbre entienda
agitando los brazos en las hoscas canteras,
y en los roquedos sacros, donde su treno grave
conturba los silencios del alma de los árboles.
***
El terror y el asombro sideral de las piedras
en medio de los ocres, las ondas plañideras,
la plegaria del bosque por centurias acalla
medroso y demencial, el scherzo del agua.
Cataratas que brotan del furor de los túneles
racha fría de los páramos entre sombras y luces.
Colérica serpiente del arrecife andino,
abrasadora fiebre de las rocas y abismos,
máscaras e interlunios en los días de pánico,
relámpagos y truenos de los inviernos largos.
Pedriscales que templan el corazón del indio,
y asisten los finales del templo y del bohío.
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Ruge la tempestad de las nubes plomizas,
torrencial de las lágrimas, de la geología,
de las formas violentas, de las esperas últimas
en su lecho de riscos y de arcilla impoluta,
sepulcro de los siglos, de los glaciales hornos,
de los pueblos agrestes, de caciques indómitos,
todo un ayer de sueños y horrendas pesadillas
envuelto en meteoros y arenas agresivas.
Retumban y se quejan las voces milenarias.
Multitudes erguidas, desnudas y asombradas,
miran bajar centauros por las breñas coléricas.
Y en sus rencores mudos, las tórridas cosechas
arrojan: los tesoros de la nación muriente
a la oquedad siniestra y a las borrascas crueles.
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