En lo más noble nuestro ser cultiva anhelos de rendirse a lo inefable. Goethe
Mi casa tiene apenas
Un cerco de plantíos sosegados,
Y en las umbrías plenas
Los himnos fatigados
Del viento por los cármenes dorados.
La luz que me acompaña
Sueña su rosicler en las corolas,
Su claridad me baña
Y sube de las olas
Al ámbito estrellado de amapolas.
El ángelus mantiene
El místico temblor de los pinares,
Y su mano detiene
El tiempo en los alares
Del hogar, del aprisco, de los mares.
El río del ocaso
Por valle de distancias florecido,
Discurre suave y paso,
Apenas distraído
Como un sueño de Dios en el olvido.
La voz de la campana
Distante en el recuerdo y la caricia,
Vuelve en su gloria vana
De la primer noticia,
Del piélago final y su primicia.
El árbol ya talado
Sufre angustia en sus tallos amorosos,
Así, sacrificado,
En los años medrosos
Se acoge a los abismos silenciosos.
Subiendo la pendiente
El niño siente pena en sus mejillas,
Mas, viendo entre la gente
Sus ojos sin orillas,
Avanza con su llanto y sus gavillas.
Al fin, de la llanura
El hato se dirige a la majada
Y mira con dulzura
El agua sosegada
Del río por la playa abandonada
Cerremos alma mía
La puerta que da al valle del olvido,
Y sólo la alegría
Invada nuestro nido
en mármoles de fuego suspendido.
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