Bolivar,
sereno patrullero,
cada día que pasa
nos aleja letales calamidades y reveses.
Manda,
sigue mandando
por el ancho mapa de América
incansable,
hiperactivo,
acelerado como Alejandro,
elocuente como César,
logístico como Napoleón.
Se asoma a todas partes,
lo ven pasar los poetas,
los montes y las colinas,
los corazones limpios
y acrisolados en el fuego del ideal.
Lo saludan
los de arriba
los de abajo,
el litoral rumoroso
los páramos desolados y yertos
la llanura despreocupada.
En su marcha,
detiene y entretiene
a los conspiradores de oficio,
(son los mismos de antaño
con idénticas máculas).
Pero,
el espíritu y la fuerza
de su ideario
van con él
montando guardia
contagiosos
asaz influyentes,
nos obligan
a mirar con optimismo
los acantilados del porvenir
y amar por sobre todo
el presente,
glorificar el pasado
y perdonar.
El padre
en su silencio de lejanías
ama y escucha
a los párvulos de Venezuela,
a los niños peruanos
panameños
los colombianos,
a los escolares del Ecuador,
son los que memorizan sus hazañas.
Todos los días
el General se hace presente
en las remotas escuelas
del Orinoco, de la Amazonía
y sabe si hay tiza y pizarra
y si los niños guahibos y ticunas
aprovechan el tiempo
sentados en sus banquetas de guadua.
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